jueves, febrero 21, 2013

Historias de un abuelo minero...

El trabajo de un minero es realmente penoso, privados de la luz entre oscuridad y tinieblas, un trabajo digno pero donde el polvillo se te impregna por todo el cuerpo, igual ropas, igual cabello, igual entrañas, igual cuerpo, labor de exigencias físicas y de altos riesgos, expuestos a desprendimientos y derrumbes, igual por fuera que por dentro...

Octavio, había nacido sin estrella, ni siquiera una lejana o una muy pequeña; a pesar de haber sido bautizado con nombre de emperador romano, el primero del imperio para ser exactos, no tenía las gracias de aquél histórico hombre; sus ojos tristes casi desconsoladores, su sonrisa retorcida como simulando alegrías, su caminar cabizbajo, sus pies derrotados, sus manos hechas migas, una joroba que guardaba pesarosos recuerdos, arrugas prematuras y respiración lenta y gruesa por la falta de ilusiones y deseos...

De padre honesto, correcto y minero, Octavio aprendió su oficio más por herencia que por una de sus metas, su trabajar temprano forjó su fuerza, aunque sólo la física más no la del alma y cabeza, solía soñar y con sus sueños vivía otra vida, una lejos de las minas, una más llena de alegrías, solía tener fe, fe y esperanza cierta... unos ocho mil trescientos y tantos amaneceres los perdió dentro de la mina, aunque resignado por su destino, él hubiera dicho que los entregó convirtiéndolos en su vida...

No faltaste Octavio, siempre estuviste presente aunque te extrañamos cuando estabas ausente...

Mina, La Prieta, Parral, Chihuahua, México.